dijous, 30 d’octubre del 2008

Las zapatillas

Henry y Abel, amigos entrañables, Abel en un colegio particular, Henry en la escuela del barrio, Abel con posibilidades económicas, Henry, muy pobre, Abel con un hogar feliz, Henry con un hogar lleno de maltratos. ¿que tenían estos dos niños en común para ser amigos entrañables?, aparte de la edad de 8 años, compartían momen-tos felices y tristes, planeaban juntos sus juegos, disfrutaban de su amistad con toda la energía y fantasía y sobretodo eran fraternos y solidarios, por esa magia de los sentimientos sanos y puros que solo los niños poseen.

Un día, Abel propuso a Henry retar a un partido de fútbol a los niños del barrio y Henry aceptó encantado. Entrenaban todos los días con otros amigos que completaban el equipo; Henry era el mas entusiasta y aguerrido jugador, se les veía emocionados esperando la fecha del partido que estaba muy cerca.

Pero como no todo puede ser felicidad, un día Henry no vino al entrenamiento y muy extrañado Abel, salió en busca de su amigo. Le encontró muy triste, llorando porque las únicas zapatillas que él tenía desaparecieron del patio de su casa. Le dijo muy tristemente a su amigo: “ahora ya no podré jugar, ahora ya no tengo zapatillas; entonces Abel contestó: “No te preocupes, vamos a mi casa y allí tengo varias zapatillas, verás como alguna te irá bien”. Corrieron a buscarlas. Pero qué triste se puso Abel, al llegar a casa, no había ninguna de las zapatillas que pensaba regalar a su amigo, su madre le dijo: “hijito, las regalé porque me ocupaban mucho espacio”.

Abel se entristeció mas aún, sin saber que hacer lo único que se le ocurrió es regalarle las zapatillas nuevas sin estrenar. La emoción embargó a Henry que casi llora, Abel tenía desde pequeño ese desprendimiento, una generosidad sin igual, y esa inocencia que solo caracterizan a los niños. Henry se era tan, pero tan feliz que su corazón palpitaba de alegría y agradecimiento, tan veloz como sus pies al correr.

Llegó el día del partido, salieron a la cancha, como es natural, los padres de ambos equipos salieron a alentar a sus hijos, pero…, ¡oh sorpresa para la mamá de Abel! que se preguntaba:
“¿esas zapatillas son parecidas a las nuevas de Abel?¿o son esas?”. Estaba extrañada, confundida; y al terminar el partido se acercó a Henry y le dijo: “Que bonitas zapatillas, mi hijo tiene una iguales”, y el niño le respondió: “Abel me las regaló señora”. El rostro de la mujer se fue tornando en varias tonalidades, rojo, morado, blanco, y por último solo atinó a sonreír e irse para casa.

¿Se imaginan la reprimenda que le esperaba a Abel en casa?, si fue terrible, la madre de Abel se puso a pensar en costo de las zapatillas, se decía a sí misma: “esas zapatillas eran importadas, costaron dólares, el modelo único; ¡ahora si, Abel me va a tener que explicar!” Cuando éste llegó, aparte de la paliza, recibió el castigo de no volver a salir a jugar fútbol.

Pasaron los años, Abel y Henry se hicieron hombres, cada cual por su lado, en este laberinto de la vida se perdieron por mucho, mucho tiempo. Abel se había convertido en padre y tenía cuatro niños, pero lamentablemente la profesión que había escogido no le daba muchas ganancias; pero se las arreglaba. Un día que sería inolvidable para él, entró en una tienda de calzados y compró a sus hijos cuatro pares de zapatillas, él también las necesitaba pero no podía, pues el dinero no le alcanzaba. Preguntó por curiosidad a las personas que atendían “¿cuánto valen estas zapatillas?”, y alguien le contestó detrás suyo: “nada”; ¿nada? replicó dándose la vuelta al mismo tiempo, encontrándose cara a cara con ese amigo inolvidable, a quien un día le regaló sus zapatillas nuevas, ¡era Henry!, el dueño de la tienda, y le dijo: Gracias Abel por haberme enseñado el valor de la solidaridad, el valor de la amistad; ahora me toca a mí regalarte estas zapatillas y las de tus hijos.

Los dos hombres se abrazaron y a pesar de los años quisieron llorar como niños, entendieron que todos podemos ser solidarios y que en esta vida, así como da vueltas, hay tiempo para recibir la recompensa a nuestros actos.

Conte d’ Elizabeth Rubi Gonzales Galvan